"UN CUENTO MOLAR"
"¡PFFffffjuajuajuajuaaaajuaaaaaJUAAAAAAJUAAAAAA!... ¡¡¡Aaaaaaaaaayyyyyyy!!!"
Las paredes de la consulta del doctor Orin Scrivello eran poco más que de papel. Podían oírse desde fuera sus hondas inspiraciones de gas nitroso y sus subsiguientes carcajadas, los también subsiguientes y terribles gritos de su paciente, así como el baile alocado del torno sobre el esmalte dental de ese pobre infeliz:
NnnnyiiiiiiiiiIIIIIIIIIEEEeeeeeeee... "¡¡¡AAAAAaaayyyyyyyy!!!"... mffffFFFFF... "¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!"
Pese a esto, su sala de espera no estaba vacía, y sus pacientes... bueno, de sus pacientes lo mejor que podría decirse es que formaban un singular conjunto.
A un lado, cerca de la puerta que conducía al "Potro de Torturas", vestido de cuero y herrajes, todo pintado de blanco y rojo, confiando en poder iniciar la tercera fase -y final- del delicado proceso de instalarse un auténtico manillar de una Harley Davidson del 73 en la bocaza, estaba el vocalista de los Marilyn Manson. Como sabía que era de los últimos en la lista del doctor, pasaba el rato leyendo algo que había cogido del revistero; un número muy atrasado de "Blanco y Negro", suplemento dominical de ese periódico...
"¡¡¡UUUUuuuuuyyyyyyyyyy!!!"... nyiiiiiiiiiiIIIIIIIeeeeeeeeeee... mmmmmMMMFFFFF... "jejejejeje... JEJEJEJEJE... ¡JEJEJEJEJE!.. je... je... ji..."
En los asientos de al lado podía contemplarse un extraño cuadro: una negra mujer de muy negras rastas leía el "¡Hola!" mientras con su mano libre agarraba unas cadenas, que a su vez encadenaban, resepectivamente, a un Alien y un Predator. El primero tenía la "boca pequeña" o "miniboca" infectada de piorrea espacial, mientras que al segundo, una vez caídos sus cuatro colmillos de leche, le estaban saliendo los buenos todos torcidos, uno por allí el otro por acá, hasta conformar, su cara y su boca, la del predator, un espectáculo bastante más horrible de lo habitual. Estaban jugando al tú me empujas yo te empujo, pues yo te empujo más, y yo más, y así "in crescendo" hasta que invariablemente la cola del alien terminaba por alzar el vuelo y aletear, FIU, FIU, FIUOIEE, FIUO, para acto seguido descargar de capones en la cabeza de su compañero y sin embargo enemigo, ¡TUMB!, ¡TUMB!, ¡TUMB!, a lo que éste respondía, "¡¡¡Aaaaaaaggggggggkrkrkrkr!!!", cogiendo al alien del gañote y dándole un par de hostias bien dadas, es decir, con la mano abierta, ¡PLAS!, ¡PLAS!, en su cara cipotona, gesto que, claro está, no le gustaba lo más mínimo al octavo pasajero: "¡Iiiiiiiiiiiiiieeeeeeeerghhhhhhhhh!"
- ¡Shhhhhh! ¡Queréis estaros quietos ya, bichos! -les gritó la negra de las rastas tirando de sus gaznates con las cadenas, sin por ello despegar la mirada de su, por lo visto, enfrascante lectura.
MMMMMMmmmmffffffff.... "jiji, jijiji, jijJIJIJIJIJIJI... ¡JUE, JUE, JUE, JUE, JUE JUE!... jiji... jijiji"... NYYYYYYIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEiiieeeeiiiieeeiiiieeeeeeeeeEEEEEEE... "¡¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHRGGGGGGGLGLGLGLGLGL!!!"
Ese tuvo que ser fuerte, ¿eh?, sin duda, porque todos en la sala de espera se encogieron en sus asientos. Incluido el Conde Drácula, que tomaba asiento al otro lado, frente al cantante satánico, con cara rara y de pocos amigos, todo hay que decirlo. Poco aficionado últimamente a carótidas y cuellos y más por la labor de morder y succionar turgentes pechos, la última, quiero decir, las últimas habían sido todo un "blufff", nunca mejor expresado, puesto que resultaron ser todo silicona, y encima de no probar ni gota, de sangre ni de teta, se le quedó enganchado todo el plástico tetamen en el colmillo, y aún llegado el amanecer no había sido capaz de sacárselo de encima. De tanto en tanto intentaba estirar de la falsa mamaria hacia abajo con todas sus fuerzas de muerto y remuerto, desincrustársela, pero no había manera, el cuerpo extraño se había pegado a su noble dentadura rumana como tanga a raja culera.
En el otro extremo, cercano a la salida, había un hombre semidesnudo con rostro de pena y ademanes cirunspectos, la ropa hecha jirones, todo vello; un globo en preocupante desinfle tapaba sus partes pudendas. Sus manos en cuenco guardaban un puñado de dientes, los suyos, pero enormes, sobrehumanos, que la noche anterior se le habían caído, o mejor sería decir, le habían arrancado... Transformado en feroz licántropo de luna llena se metió todo él hecho bestia, pelo y mala folla, en pleno botellón juvenil, a marcarse un pisculabis cárnico, teniendo en ello tan poco tino y acierto como para elegir como neumática víctima a la tecnololi calzada con las más bestiajas y gordas plataformas, quien no tuvo apenas problema en reventarle a nuestro lobo hombre la boca de un zapatazo orteril.
MmffffffffffFFFF...."jejejejejeje... jijijijijijijij... JOJOJOJOJO... jujujujuju... ja"... Nyi... nyi... n... scratch, scratch, scratch... nnnnnyiiiiIIIIIIIIEEEEEEEEEEE... "¡¡¡Aaaaaaayyyyyyyyyyyyyyy!!!"
Finalmente, entre el murciélago y el perraco, esperaba un figura harto difícil de describir. Vestía traje y corbatín, y sobre éstos, una bata blanca como la de los médicos. Usaba unas grandes gafas tras las que podían observarse unos ojillos pequeños y vivarachos, a cada instante cambiando de dirección y objeto de sus miradas. El color de éstos, sus ojos, era muy negro, tan negro como el de su cabello, cortado a cepillo, y cabe decir que resulta sorprendente comprobar cómo es que no se deslizaban al suelo sus anteojos, vista lo pequeña, apenas existente, apenas un garbancillo huesudo, era su nariz. Estaba sentado con las manos sobre sus rodillas, mirando a un lado y a otro, luego cambiando, mirando una vez más, aquí ahora, ahora allá, tan nervioso e hiperactivo como semejaban estar sus dedos, los diez, que tableteaban constantemente sobre sus piernas, como tocando al piano una partitura desquiciada.
- ¿Y a ujté que ej lo je le paja ecjacjamenje, jaballero?
La pregunta, estaba claro, había sido de Drácula para nuestro desconocido hombre sin napia. Éste, de natural desconfiado, dudó unos instantes si contestar, lapso que aprovechó nuestro Alien, harto ya de empellones, para atravesarle la pierna derecha al Predator con su cola puntiaguda, "¡¡¡Aaaaaaaggggggggkrkrkrkr!!!", ofensa y ataque al que éste correspondió con una sajada de cola fulminante, "¡Iiiiiiiiiiiiiieeeeeeeerghhhhhhhhh!", valiéndose de unas cuchillas insertas en sus brazos que se sacó de vayan ustedes a saber dónde demonios. El pedazo de cola salió volando y la moqueta de la sala se puso toda perdida de ácido. La negra tiró una vez más de sus gaznates, enrolló la revista y, ¡PATAF, PATAF!, propinó a cada cabezón un sonoro revistazo, tras lo cual, ¡AING, AING, AING!, amargamente se quejaron las malas bestias al unísono.
A todo esto, como la entera sala se les había quedado mirando, estupefactos, la mujer no pudo por menos que disculparse como buenamente pudo: "Putos bichos... Ten mascotas siderales para esto... jeje...", y rápidamente volvió a enfrascarse, avergonzada, en la revista.
Tras unos segundos de receso, el noble y chupóptero barón volvió a inquirirle a su vecino una respuesta con la mirada. El extraño joven, quizá impresionado por figura tan legendaria, o tal vez deseando perder de vista lo antes posible el cacho de teta plastificada que al no-muerto le pendía del bocarrón, accedió a hablar:
- Es que verá, estoy enamorado, mucho, sabe usted... y el caso es que me he prometido hace nada, pero... pero... claro... ella ha accedido con la condición de que consiga reformarme... me ha dicho que tengo que dejar las jeringas y las iguanas...
- ¿Greforjmagrse dije ujté...?
- Sí, sí... jeje... unosss... problemillas que tuve en el pasado... nada grave... por... por eso vengo a que el doctor me ponga las muelas del juicio -y en diciendo esto sacó de uno de los bolsillos de la bata un frasco de vidrio, contenedor de cuatro amorfas piezas molares.
- Ahj, enjiendo -apostilló el conde.
De repente el joven, que hacía un tiempo que andaba mirando de reojo el suelo, se movió como una exhalación, como una cobra salvaje en pos de su presa, se agachó un segundo, "'¡ZIP!", y al siguiente estaba ya sentado y de vuelta. Su cara reflejaba una satisfacción morbosa, parecía haberse descargado de una gran presión acumulada.
Se abrió la puerta de la consulta, de ella salió Ed Wood Jr., el más infame cineasta de toda la historia, llorando a moco tendido, con el rostro en lágrima viva y agarrado a un pedazo de angora, pero al fin con la quijada inferior igualada a su gemela de arriba, es decir, también extraíble... He aquí un hombre que sabía gozar de sus propios y extremos vicios.
- Muy bien Eddie, hasta la próxima semana... ¡Y no olvides ese papel que me has prometido en tu próxima basura!, ¿eh?... jajajaja... ¡Qué tío!... A ver... el siguiente... jeje... el señorrr... Combs... Jeffrey Combs... jiji...
Silencio en la sala. Mutismo. Confunfidas Miradas. Invisibles signos de admiración coronando cabezas. El rijoso dentista volvió a repasar su lista.
- ¿No?... juju... a verrr. a verr... ¡Ah!, ¡uh!... esto... jijiji... perrrdón... una pequeña confusión... jeje... ¿el señor West, Herbert West?
"Yo mismo" respondió el joven levantándose, dirigiendo a los presentos una nada educado mohín de desprecio, mientras volvía a sacar el pote con sus muelas, en dirección a la consulta. "Bien, bien, bien... jijijiji...", rió Orin mientras con gesto amable le invitaba a pasar.
La puerta se cerró tras ellos y la sala de espera volvió a quedar en silencio en espera del inicio de una nueva sesión de tortura y carcajada: la punta cercenada de una brillante cola negra, goteando fluorescente líquido verde por el limpio corte, caminaba lentamente pared arriba, como una imposible araña sin patas...
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Historia de Friki-Fición parida, ¡al fin!, por nuestro querido Migrañas Ryvok , alias "El Desaparecido"
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